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Sábado 30 de mayo - "Una llama de fuego"

Para entrar en clima, se acerca la Pentecostés, recibimos al espíritu santo:




Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23


Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

«Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».


El Evangelio en esta ocasión nos está trayendo a la memoria un importantísimo don del cielo: el Espíritu Santo. Una paloma, una llama de fuego, un soplo… los símbolos son diversos. Espíritu Santo se moldea a la medida de cada uno e interviene para moldear y hacernos llegar lo que Dios tiene para ofrecernos. Es una persona de la Santísima Trinidad que muchas veces nos olvidamos, pero es en realidad radicalmente crucial. Es el don del Padre y del Hijo para hacernos partícipes de la vida trinitaria.

Nos actualiza el amor del Padre, nos recuerda a Jesús, nos regala los dones con los que somos capaces de comprender a Dios de la forma en que debemos. la sabiduría, el entendimiento, la ciencia, el temor a Dios, la piedad y la fortaleza, todos ellos nos dan fuerza y ánimo cada día de nuestras vidas, reavivando nuestra fe, nuestra esperanza y caridad. Y a través de todos ellos el Espíritu Santo nos invita a ser fuentes de paz para los demás, como Jesús: “paz a vosotros, como el Padre me ha enviado así también los envió yo”.


Te propongo algo:

Buscá un lugar cómodo y en silencio “transportate” a la escena del Evangelio. Sos un discípulo más, encerrado, con miedo, en tu interior te sentís sólo. De repente aparece Jesús, su amor y su poder traspasan las murallas de tu encierro y la coraza de tu egoísmo.

Pensá en todo eso que te angustiaba, que te asustaba, todo eso que te asusta hoy, que te hace sentir sólo o triste.

Ahora volvé a la escena con esas cosas. Jesús está en frente tuyo y te mira a los ojos, y cuando ve todo eso por lo que estás pasando te sopla suavemente en la cara. Te invito a que imagines ese soplo de paz, ese don del Espíritu. Imaginatelo. Sentí cómo atraviesa todo tu cuerpo de la cabeza a los pies llenándolo de templanza, abrazando tus heridas y dándote consuelo, calmando tus pensamientos confundidos y colmándote de entendimiento y sabiduría.





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