Para ir entrando en clima de oración te propongo que encuentres un lugar tranquilo, dónde te sientas cómodo, anda predisponiendo el cuerpo para este encuentro que te espera, hacete consciente de tu respiración, reconoce tu cuerpo y ahora, con esta tranquilidad, te invito a escuchar la “Canción de San Francisco Javier” de Cristóbal Fones, SJ
Jn 8, 1-11
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?». Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?». Ella le respondió: «Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante».
En el evangelio de hoy, se nos invita a reconocernos pecadores, darnos cuenta de que ninguno de nosotros está libre de pecado. Muchas veces en nuestro día a día tomamos una actitud parecida a la de los fariseos, donde juzgamos al otro, dónde nos creemos superiores a los demás. Hoy, en este tiempo de Cuaresma, Dios nos invita a dejar de lado el sentimiento de omnipotencia, a reconocernos iguales a los demás, ni mejores ni peores.
Aprovechemos este tiempo de Cuaresma para imitar la actitud misericordiosa del Padre. Dios mira más allá de nuestros pecados, mira nuestro corazón, nos perdona y nos regala su Gracia.
Te invito a que mires en el interior de tu corazón, ¿Qué necesita ser curado? ¿De qué te arrepentís? ¿Por qué cosas querés pedir perdón? ¿Considerás que a veces tomas una actitud similar a la de los fariseos?¿Por qué? ¿A veces te sentís juzgado/a al igual que la mujer adúltera?¿En qué situaciones?
En este tiempo tan particular que estamos viviendo, donde nos sentimos perdidos, con miedo, dónde estamos aislados pero a la vez unidos por una misma situación que nos atraviesa mundialmente, busquemos seguir construyendo el Reino todos juntos. Grabemos a fuego en nuestro corazón las palabras que Dios expresa, “Yo no te condeno”, hoy más que nunca, busquemos no condenar a nadie, dejar de lado las diferencias, mirar más allá, hoy nos cuidamos entre todos, seamos y sintámonos hermanos.
El Papa Francisco nos invita a ser todos unos, y qué mejor manera que empezar haciéndolo con una mirada misericordiosa hacia el otro, caminemos estos tiempos con el amor y gracia de Dios.
Confiemos en Dios, que al fin y al cabo la confianza en él es lo que nos ayuda a ser verdaderamente fieles a su voluntad.
En este contexto, salgamos de nuestra zona de confort, a pesar de estar distanciados, tenemos que estar más juntos que nunca. Busquemos la forma de hacernos presente en la vida del otro, acerquémonos al que más nos necesita, tengamos presente a aquellos que se encuentran más vulnerados, los más débiles, unámonos en la oración, sigamos siendo comunidad.
¿Sentís la mirada misericordiosa de Dios en tu vida?¿De qué forma? ¿De qué manera te propones imitar el modo misericordioso de Dios?¿Hoy, qué te impide confiar ciegamente en Dios? ¿Quién necesita ser mirado por vos? ¿De qué manera podés aportar al seguir siendo comunidad?
Anímate a pedirle a Jesús tener un modo más parecido al suyo…
Para ir terminando, te propongo cerrar la oración rezando con la letra de la canción “La Oración” de Fones, quien pone un poco en palabras esto que fuiste rezando en este rato.
“La Oración” - Cristóbal Fones, SJ
Te suplicamos, Señor,
que manifiestes tu bondad,
salva a todos cuantos sufren
la mentira y la maldad.
Ten piedad de los humildes,
y a los caídos levanta
hasta el lecho del enfermo
acerca tu mano santa.
Entra en la casa del pobre
y haz que su rostro sonría,
para el que busca trabajo
se Tú fuerza y compañía.
A la mujer afligida
dale salud y reposo,
y a la madre abandonada
un buen hijo generoso.
Encuéntrale Tú el camino
al hijo que huyó de casa;
al pescador perdido,
al vagabundo que pasa.
Que el rico te mire en cruz
y a sus hermanos regale;
que no haya odio ni envidias
entre tus hijos iguales.
Da al comerciante justicia,
al poderoso humildad;
a los que sufren paciencia
y a todos tu caridad.
Venga a nosotros tu Reino,
perdona nuestros pecados
para que un día seamos
con Cristo resucitados.
Tú Señor, que puedes esto
y mucho más todavía,
recibe nuestra alabanza
por Jesús y con María.
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